Reflexión en torno al Ayuno: "Porque Adán comió, nosotros ayunamos"

"Porque Adán comió, nosotros ayunamos"

Esta afirmación es la que sostiene toda la "lucha espiritual y corporal" a la que se nos invita en el tiempo cuaresmal y, por extensión, en toda nuestra vida.

En el libro del Génesis se nos dice: "de todos los árboles del jardín podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás" (Gn 2, 16b-17). La serpiente, "callidior cunctis animantibus agri", le dice a Eva: "es que Dios sabe que el día que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gn 2, 5).

El "árbol del conocimiento del bien y del mal" nos hace entender que Dios ha dejado la posibilidad de elegir en virtud de un bien mayor: la libertad de la criatura; es entonces cuando tiene que actuar la razón a través de la conciencia para saber discernir lo que le agrada a Dios, lo perfecto; y un tiempo propicio para ello es la "Santa Cuaresma".

La tentación de poner en el centro de nuestras vidas "nuestro Yo" ("seréis como dioses") en lugar de poner al que, en verdad, tiene que reinar en ella, es decir, "Dios" ("Amarás a Dios sobre todas las cosas"), es una nueva tentación de la serpiente, ya que ésta tiene envidia de la felicidad de la criatura, no sólo creada sino, más aún, redimida: ya que Dios no sólo nos creó sino que, por pura misericordia, nos redimió: "mirabiliter condidisti, mirabilius reformasti". Pero, como nos dice San Cirilo de Jerusalén: Adán "cayó por culpa del árbol, y tú eres introducido en el paraíso por causa del árbol de la cruz" (Catequesis, 13, 31).

Nosotros nos vamos al "desierto cuaresmal" cuando todo comenzó en un "jardín"; nosotros ayunamos porque otro comió, pero a él le conllevó la muerte, sin embargo, a nosotros nos lleva a la vida; el fruto de Adán era apetitoso pero lo separó de Dios, a nosotros el fruto que cuelga del árbol, de la Cruz, no es apetitoso: "lo vimos sin aspecto atrayente" pero nos lleva a ir "cristificando" nuestra existencia al comer un manjar de ángeles.

Cristo, "alimento y medicina", se nos presenta como remedio para el pecado, como antídoto contra las picaduras de la serpiente, por eso hemos de estar siempre calzados con las sandalias del Evangelio. El único camino para "volver" a Dios es el que Él mismo nos ha trazado: la "kénosis", el anonadamiento, la aniquilación total del "yo" para que el "otro" viva. Comiendo el alimento de vida eterna se nos "abrirán los ojos" para contemplar el rostro que vio el ciego de nacimiento que nos trae el Evangelio; nunca había visto nada sino la ausencia de luz, y lo primero que ve es la "Luz del mundo".

En el fondo de estas reflexiones en torno al ayuno está un bellísimo artículo publicado por el Padre Robert F. Taft en "Oltre l'oriente e l'occidente. Per una tradizione liturgica viva". Lipa, Roma 1999; en concreto el capítulo cuarto: Quaresima: una meditazione.

El Padre Taft expresa que la espiritualidad católica contemporánea se ha alejado de la orientación escatológica que había en la visión espiritual de los primeros cristianos, que se sentían "extranjeros en este mundo, ciudadanos de Jerusalén, la ciudad de allá arriba" (Tertuliano: De corona, 13). No es huir del mundo sino huir de lo carnal para ser elevados a lo espiritual, de lo que la Escritura dice que "ni ojo no vio ni oido oyó"; es ir al desierto, entendido como "lugar espiritual": para abstenernos de nosotros mismos.

Sabemos por la escatología que los últimos días han llegado en Cristo, y por eso en Él hemos sido sacados de este mundo presente para vivir "en el mundo" pero "sin ser del mundo"; con la vista puesta en "Aquél que inicia y completa nuestro fe". Parece que hoy eso de "huir del mundo" está pasado de moda, al igual que el ayuno, la penitencia, la mortificación, el ascetismo,...

Pero la Palabra de Dios, que nunca pasa de moda, es lo que nos pide: "metanoite (convertíos) porque el Reino de los cielos está cerca"; en el NT es innnegable el papel que tienen la penitencia y la negación del "yo". A esto nos invita Juan el Bautista, el Pródromos (precursor), ante la cercanía del Reino: Metanoite: Penitentiam agite: convertíos, haced penitencia (como traduce la Vulgata); cambiad de pensamiento y de mentalidad: meta-nous; cambiad vuestro corazón.

Hemos de caer en la cuenta que nuestra vida es una contínua ofrenda a Dios, tanto es así que fuimos consagrados con el Santo Crisma en el Bautismo quedando así configurados para ser "lugares de culto", luego nosotros, templos vivos, hemos de vivir siendo conscientes de que nuestra existencia es "liturgia": celebración-ofrenda constante a Dios de lo que él nos ha regalado. Esto nos llevará a reconocer la grandeza de nuestras miserias, pero a la par, la grandeza de la misericordia de Dios que aniquila la anterior.

La Cruz, por tanto, se nos presenta como el lugar de la renuncia y de la autodonación; darnos, nosotros que no somos nada, para que Dios, al aceptar nuestra ofrenda, nos la devuelva "sanada y renovada". En la cruz Cristo nos libera del viejo Adán, el que comió y nos llevó a la muerte eterna, y nos reviste del nuevo Adán, que ayuna: muriendo a sí mismo para que nosotros tengamos vida y podamos resucitar.

Pero Cristo mismo nos señala que esto será posible si el ascetismo está presente en nuestras vidas: "si alguno quiere venir tras de mí, que se niegue a sí mismo" (Mt 16, 24). Para ello será necesario: destrucción del egoísmo, si quiero que Cristo reine en mi vida y no mi "yo"; autodisciplina que nos haga saber elegir en cada momento lo que es voluntad de Dios y no lo que yo creo que es "lo que yo quiero que Dios quiera para mí". Y esto se resume en vivir la propia existencia "crucificado con Cristo" como decía el Apóstol en la carta a los Gálatas: "Con Cristo estoy crucificado: vivo, pero ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí" (2, 19b-20a).

En Cristo crucificado encontramos el sentido de nuestra existencia: muerte y vida van siempre unidos: "si el grano de trigo no cae en tierra..." Hemos de reflejar con nuestros actos la "imagen de Dios" con la que fuimos creados, por eso obramos las obras de la Luz, Cristo, y no las de las tinieblas. Sencillamente es vivir nuestra vocación bautismal: sepultados con Cristo en el Bautismo, resucitados a una vida nueva.

No habrá verdadera muerte en el camino cuaresmal si no nos conocemos a nosotros mismos para saber, en primer lugar, quiénes somos y, en segundo lugar, a qué tenemos que morir. Esto sólo se logra poniéndose cara a cara ente la Cruz de Cristo, ya que la muerte es algo que cada uno de nosotros habremos de afrontar solos.

La Cuaresma, por tanto, se convierte para nosotros en un tiempo saludable y curativo: "tiempo de salvación"; nuestro ayuno será la mejor "dieta" para que vayamos tomando "la forma de Cristo".


Santa Cuaresma!!!