El Icono de Pentecostés

El día de Pentecostés, era una fiesta del calendario judío de origen agrícola, que se incluyó en el calendario judío el siglo II a. C. La fiesta fue adquiriendo su significado y conmemoraba la Alianza del Sinaí, la entrega de la Ley. Sin embargo, para los cristianos es el día del nacimiento de la Iglesia; después de la Cruz y de la Resurrección se hace presente el Poder del amor de Dios y su potencia. La fiesta de la entrega de la Ley, se convirtió con el cristianismo en la fiesta de los Dones del Espíritu Santo que abren el camino de la Iglesia. En este momento los apóstoles hablan en lenguas, porque cada pueblo o nación puede recibir el anuncio y retornar a la unidad que se rompió en Babel. Es el día donde se toma conciencia de lo que dijo Cristo: "Él os enseñará cada cosa y os recordará todo lo que yo os he dicho".

En un primer momento, la cincuentena pascual era un periodo de prolongación de la fiesta de la resurrección. Poco después, en el siglo IV, se desmarcaba la preparación de esta fiesta, tomando conciencia de que la Tercera Persona de la Trinidad era un Don para la Iglesia y una fuerza que debía ser implorada y preparada; es la fuerza de los sacramentos y principio de todo discernimiento, así como la transmisión de la tradición apostólico-jerárquica de la Iglesia. Durante esta fiesta se comienzan a leer los momentos narrados en los Hechos de los Apóstoles. Es la peregrina Egeria, en Jerusalén, la que nos cuenta que en el último domingo de esta cincuentena se celebra el envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Ascensión de nuestro Señor. En otras comunidades era celebrada la Ascensión y, después de una semana, Pentecostés. Del mismo modo, poco a poco, se van elaborando las imágenes para ambas fiestas.

La iconografía para la fiesta de Pentecostés es muy parecida en el Oriente y el Occidente cristianos, porque constata un mismo momento del Nuevo Testamento. Su fuente es bíblica, aunque se le incluyen algunos detalles que no se nos relatan en el pasaje de los Hechos. La variante más importante que podemos encontrar es la presencia de la Madre de Dios en el centro de la escena. Hallamos a la Madre de Dios en la iconografía de los primeros siglos, una de las referencias más antiguas la encontramos en el Evangeliario sirio de Rábula del año 587.

Su presencia, o su ausencia, se justifica de diversas maneras. En la narración del texto de los Hechos no vemos que cite explícitamente a María, aunque sabemos que se reunían todos juntos a rezar en torno a la Mad
re de Jesús. Pero no se nos dice que María estaba allí. Por lo tanto tenemos que buscar otra manera de mirar la imagen, de una forma simbólica. María es Sión, el monte sobre el que estaba asentado por tradición el Cenáculo, donde estuvo el Arca de la Alianza en un primer momento e incluso donde se piensa que estaba la tumba del rey David. Podemos mirar cómo María se presenta como Madre de todos los que saben acogerse a su Voluntad; la que ha acogido el Espíritu Santo; la que ha sabido escuchar la Palabra. La que ha permanecido en su Hágase y lo ha conservado en su Estar al pie de la Cruz. La que ha sabido transformar su corazón de Madre en Discípula (aquí el extraordinario escrito del Beato Juan Pablo II, Redemptoris Mater). Es una presencia que no subraya el protagonismo de Pedro o Santiago, como apóstoles o como cabeza de la Iglesia universal, sino que subraya que todo Don de Dios se pone al servicio de la misma Iglesia. Un padre oriental decía que las iglesias se unirán cuando cada ministerio sea cumplido mirando a María como signo de unidad, cuando todo Don, ministerio y magisterio, se manifieste como servicio de unidad. De este modo el ministerio de San Pedro se hace más real, porque debe ser cabeza del colegio mirando a la unidad.

En la parte superior del icono están pintadas lateralmente dos casas, con torres simétricas y similares. Se quiere dar a entender que la escena se desarrolla en el "piso alto" del Cenáculo, donde tuvo lugar la Última Cena; de modo que la escena del Don de las lenguas de fuego es don del Sacramento de la Unidad (la Iglesia nace de la Eucaristía), que es Sacramento de la Caridad (la Caridad de Cristo se hace Carne y nosotros cristianos vamos del Sacramento del Cuerpo al Sacramento del Hermano). Este lugar se convirtió después de la Resurrección, en el lugar de reunión de los Apóstoles. ¿Dónde se debe reunir hoy la Iglesia? En la unidad, en la caridad concreta, en el servicio…, y, sobre todo, en la Eucaristía, única fuente de estos Dones.

A partir de este momento, los Apóstoles comenzaron a anunciar la Palabra, y su oración daba frutos de unidad. Si observamos este icono nos vienen a la memoria las imágenes de los Concilios ecuménicos. Si acudimos a las miniaturas de los códices, vemos cómo ambas imágenes se influyen mutuamente. Es la potencia que se expresa en la Iglesia en el ministerio de la transmisión apostólica.

En el centro, en la oscuridad, aparece un hombre anciano con regios ropajes. Sostiene entre las manos una cartela en blanco. En algunas representaciones, sobre él aparecen doce rollos que simbolizan la predicación apostólica. El significado de esta figura no es unívoco. Parece haber tomado forma a partir del siglo X, anteriormente se representaba una muchedumbre de gentes, que son los pueblos de distintas lenguas y nacionalidades. Su Nomina Sacra se traduce: Cosmos (el Mundo). El Viejo Rey es una imagen simbólica que evoca el conjunto de pueblos y naciones subordinados al emperador bizantino.

Este significado puede ser más directo si consideramos el lugar donde se encuentra, llamado Bema. En la tradición arquitec
tónica de las iglesias sirias y caldeas, encontramos un elemento del que hoy solo queda un vestigio: el ambón o bema en el centro de la Iglesia. Se trata de una tribuna con forma de herradura colocada en el centro de la iglesia frente al ábside donde está el altar. Aquí se desarrolla la liturgia de la Palabra. Es el anuncio de Pedro en medio de Jerusalén, el testimonio de que la Palabra se hizo Carne, la constatación de los testigos de que Cristo ha resucitado y se han cumplido las Escrituras. Durante el anuncio al mundo desde esta Jerusalén, simbólica-arquitectónica, los celebrantes tomaban asiento. El rey (después el sacerdote o diácono), en el centro del hemiciclo, que es el mundo, proclamaba la Palabra, puesto que él detenta el mandato celeste sobre la tierra.

Pero también el rey tenía su modelo; no podía proclamar las lecturas de cualquier forma. Al rey se le representa como al rey David, con la necesidad de reconocer que estamos necesitados de la misericordia. Además resuena en la conciencia del creyente el deseo de muchos de haber conocido aquellos tiempos: “Muchos profetas y justos han deseado ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y escuchar lo que vosotros escucháis, y no lo escucharon”.

En algunos casos, el rey es identificado con el profeta Joel. Para explicar esto volvemos a la liturgia. En efecto, en la gran víspera de Pentecostés, la segunda lectura del Antiguo Testamento recoge al profeta Joel cuando nos dice: "Yo infundiré mi espíritu sobre vuestra persona, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros ancianos tendrán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones". Profecía ésta que fue expresamente mencionada por Pedro para justificar el comportamiento de los Apóstoles frente a los "hombres de Judea" y a todos aquellos que se encontraban en Jerusalén.

Los Doce se disponen en las dos alas del hemiciclo y entre los dos grupos queda un sitio vacio. El trono vacío simboliza el trono preparado para la Segunda Venida (etimasia). La etimasia es un motivo iconográfico de origen oriental, que básicamente se reduce a la de un trono sobre el que hay una cruz, la Escritura y un ángel que lo custodia. En algunas iglesias orientales bajo esta repres
entación hay un trono que representa a Cristo vestido con los atuendos episcopales, lugar donde sólo se sienta el obispo. De modo que durante la espera de la segunda venida de Cristo se nos da la liturgia, la tradición apostólica con su tradición jerárquica, los Sacramentos y la Escritura, para poder realizar esta espera. En otro artículo explicaremos, en concreto, la iconografía de la etimasia. También es la representación del Juicio Universal en el que los Doce se sientan "en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel".

Cuando aparece la Paloma, símbolo del Espíritu Santo, es la señal tangible de la realización de la economía de la salvación. Pentecostés no es la encarnación del Espíritu, sino la efusión de los dones, que comunican la gracia a los hombres, a cada miembro del Cuerpo de Cristo. De nuevo, la unidad que se realiza en la Eucaristía es "por excelencia un don del Espíritu".

Daniel Rodríguez Diego